Vi entonces descender desde los cielos con estruendoso ruido una masa rocosa que conforme se aproximaba hacia el mar, fulgurosos y violentos rayos azotaban fuertemente contra las nubes brunas, las olas estaban embravecidas y golpeaban entre ellas rugientes y amenazantes mientras un ventarrón impactaba contra mi rostro que hacía imposible tomar un poco de lo que allí abundaba, pude ver también unos polvos de luz brillante que esculpían la masa pétrea dando forma de gradas labradas a lo que parecía ser una escalera, a mis espaldas una tormenta de arena empezaba a erizarse por sobre las dunas y se dirigían fugaces hacia donde me encontraba, y yo, ya no sabía que hacer,conforme transcurría el tiempo parecía que la situación empeoraba, el cielo retumbaba con tal fiereza que en cualquier momento explotaría y la tierra bajo mis pies descalzos temblaba fuertemente, tanto, que hacía difícil sostenerme con ellos, por lo que caí de rodillas a mirar boquiabierto el horrible panorama. Cuando de pronto todo el bullicio cesó la escalera rozó sutilmente el agua generando delicadas ondas que agonizaron delante mio, y aunque el cielo continuaba oscuro y las aguas aún permanecían inquietas, no se escuchó más ruido alguno que el de las olas y el silbido de una brisa cargada. Yo puesto ahora de pie sobre la imponente escultura que ante mí se erigía y en cuyo plinto decía "Veritas liberabit vos" alzé la vista y no pude hallar el extremo final de la escalera, más un punto blanco brilloso y palpitante descendía lentamente muy a lo lejos, absorto agudizaba la vista cuando pude distinguir que una niña pelirroja nívea reluciente y con un ramo de rosas sobre su brazo izquierdo se acercaba a mi, pude ver también que sobre sus espaldas pendían unas alas pequeñas que flameaban suavemente al ritmo del viento, la niña no alzó la vista nunca, y comenzó a deshojar uno por uno los pétalos de las rosas hasta que tuvo la cantidad suficiente en un puño y los comenzó a esparcir lentamente de izquierda a derecha, el mar llevó hacia mis pies cada una de las hojas y cuando bajé la mirada a cogerlas, estas se desvanecieron al igual que la niña, la escalera y la penumbra, de pronto una luz extraña cegó mi vista y una fuerza descomunal hizo que cayera al suelo, al abrir los ojos estaba sobre la carretera con el cuerpo destrozado y una sirena de ambulancia dando vueltas con sus luces rojas, un bombero me decía... lo vas ha lograr, cuando giré la cabeza pude ver a mi familia dentro del auto, confundidos con los fierros y con los ojos cerrados como durmiendo y yo esperando una absolución.
jueves, 15 de mayo de 2008
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3 comentarios:
Ni el diablo te quiere,recontra monse.
A Quea no lo aguanta ni su perro. Mas espeso que Phillip Quacker.
No lo quieren en la San Martin y tampoco en su casa.
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