martes, 21 de diciembre de 2010

Abducción

Veía al abuelo entusiasmado por su próxima marcha, hoy es la concentración me decía, mientras delineaba unas letras sobre un pliego de cartulina verde. Más tarde, en la tv, acaso solo unas cuantas docenas de cabecitas blancas gritaban e intentaban una inocente revuelta en palacio de justicia, con el puño en alto y silbatos estridentes reclamaban la celeridad a la comisión liquidadora la devolución de sus ahorros depositados en CLAE. Dicha demanda consumió maravillosamente sus mejores años de vejez, pues mantenía vívido el espíritu de un anciano ocupado en defender su causa. Más de una década y son menos los puños que se alzan, no por deserción en la convicción de sus demandas, sino porque el letargo de la justicia no se enferma, envejece ni muere, más lós estafados sí.

En un papelito viejo y sucio en los dobleces, recuerdo que el abuelo recorria las casas de sus hijas anunciando la inmejorable oportunidad de un juego de lolería. El azar tendría que ser el consuelo para años de lamentaciones por los ahorros perdidos, consuelo que nunca llegaría. Cuando niño, ingresaba a la habitación del abuelo quien leía atentamente unos extraños números de unas hojas papel periódico con letras verdes, por algún tiempo la hípica llenó las largas horas del día que había dejado una traumática jubilación.

La habitación del abuelo amerita un párrafo en este relato.
Consiguiente a la jubilación y destierro del campamento de la fábrica de cemento a la que por medio siglo entregó su vida, el abuelo asentó sus cuarteles de invierno en una casa adquirida años atrás. Teniendolo como vecino, Papá Rosendo, como así lo llamábamos traslado sus fruslerías a una habitación cuyo horrible piso de parquet había servido de alimento a polillas y termitas que terminaron por estropearlo. Enormes cráteres del piso de madera hacían trastabillar a los visitantes poco acostumbrados a dicho territorio. Descomunales roperos, viejos y maltrechos fueron colocados adyancente a las paredes. Y poco a poco el ambiente se cargó de un aroma que solamente las personas mayores pueden despedir. Almanaques de hace cuatro años pendían de las paredes quienes a su vez servían de soporte a una gran cantidad de recibos de agua y luz de esos mismos años.

Hace unas semanas volví a su habitación. Él sólo dormía con una quietud perturbante que anunciaba su derrota. Un rostro cetrino y enjuto, succionado por las enfermedades que en el colofón de su vida rondaron victoriosas. Un cuerpo cadavérico como nunca antes lo había estado se acurrucaba acaso buscando calor, alimentado por medio corazón que insuflaba los últimos destellos de vida, luego llego la muerte, la esperada muerte.
Nos estamos viendo Papá Rosendo. Espéranos.

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